16/6/08

¡Vivan los judíos truchos!

Un fantasma recorre el judaísmo: el fantasma del judío trucho. Es hora de que los truchos hablen por sí mismos.

A escala, el panorama institucional judío esbozado por los medios la última semana muestra la ruina de la política y de la representación en la Argentina.
Nuevamente los judíos han cobrado visibilidad mediática. Un ortodoxo ha sido elegido presidente de la Asociación Mutual Israelita Argentina (más conocida como AMIA). Es un tal Borger, y salió a decir que desde su asunción la Amia solo va a representar a judíos “genuinos”, entendiendo por genuinos a los observantes de la Ley judía contenida en la Torá o Pentateuco (Clarín,
7 de junio de 2008).
Que hay (o ‘habemos’) ateos y laicos judíos está claro desde hace tiempo (al menos, desde Marx, y seguro desde Freud, llegando hasta W. Allen y D. Baremboim). Aun así, ante la arenga de Borger, los judíos bienpensantes han puesto el grito en el cielo y han dicho: “¡Oh!”.
Por caso, Aguinis dijo que “la frase de Borger marca un triste retroceso de carácter medieval” (InfoBae, 11/6). Pero la discusión está saldada hace casi dos siglos y no nos alarmemos de que un observante de normas que datan de antes de Cristo no esté actualizado al respecto.
Hay judíos que tienen una vara para medir quién es judío y quién no, y hacen cosas como presentarse a elecciones en Amia. Allí se enfrentan y discuten la vara con que medir quién es judío. Discuten por la hegemonía cultural en el campo judío. Por ejemplo: el electo Borger y el saliente Grynwald. Grynwald, presidente saliente de Amia, dijo que el judaísmo no pasa por la religión sino que “el Estado de Israel es el centro de la vida judía en un lazo inquebrantable” (Clarín, 10/6). La vara de Borger es religiosa; la de Grynwald es sionista. Si la vara triunfante deja afuera a unos cuantos judíos, no es problema de ellos. Se calcula que la de Borger deja afuera más de nueve de cada diez judíos argentinos. Es más difícil calcular qué proporción deja afuera la vara sionista-complaciente (yo diría, a ojo de buen cubero, que excluye entre uno y dos de cada cuatro).
Esas varas, una religiosa, otra sionista, no dan con la medida de lo judío argentino actual. La abrumadora mayoría de los judíos argentinos
no vamos ni a las instituciones ni a los templos ni a Israel. Veámoslo en las recientes elecciones de Amia. Votó apenas el 40% del padrón, que a su vez abarca a menos del 7% de los judíos argentinos. Daniel Goldman y Alejandro Dujovne señalan que “la pretensión de la conducción de AMIA de representar al conjunto de los judíos argentinos, queda irremediablemente desdibujada” (Nueva Sión, 10/6). Hay un quiebre, pues, entre la institución judía por excelencia y los judíos. El quiebre se da por tres vías: por el alto ausentismo del padrón de Amia, por la baja incidencia del padrón de Amia en la población judía argentina, y ahora por el descarte de los judíos no observantes de ser representados por Amia.
¿Qué se quebró? La vida judía. No solamente han perdido su peculiar vida política las instituciones judías, sino, más bien, su vida. La vida judía argentina, si es que aun existe tal cosa, ya no se da en las instituciones judías. La notoria proliferación de noticias sobre los judíos que ha signado los años posteriores al atentado es la contracara del menos visible languidecer de la actividad comunitaria judía (un proceso que sin duda abarca a otras comunidades culturales). La multiplicada mención mediática de los judíos compensa mal –y revela– su inacción institucional.

Los bienpensantes dicen que una amia no debe excluir, y reclaman ser representados por ella. Si nos interesa la cuestión, si nos parece que algo hay que decir, hagámoslo, pero seamos genuinamente truchos. Seamos auténticos: lo que pasa en amia, las elecciones de sus autoridades, los tejes y manejes en sus pasillos, los solemnes actos que en sus recintos homenajean a figuras relevantes para vaya a saber quién, las charlas culturales y demás, no nos interesan. Todo eso –y lo demás– nos son indiferentes. Sincerémonos, y dejemos que la Amia siga su curso (es lo que de hecho venimos haciendo hace años). Tal vez nos gustaba creer que Amia era, aunque nunca íbamos, nuestro lugar. Pero resulta que no (ni esa ni ninguna institución). Si queremos un lugar, deberemos construirlo.

El precepto que dice que es judío el que nace de vientre judío fue una solución de compromiso dada por los rabinos del Talmud al hecho de que las mujeres judías eran violadas en las persecuciones. Antes de eso (antes de la diáspora), era el padre el que transmitía la condición judía. O sea: para ser judíos, debemos inventar las normas que requiera nuestra actualidad.
El modo institucional de actividad judía argentina está agotado. A los truchísimos judíos contemporáneos no nos interesa activar en ninguna institución, ni cooperar, ni participar de ningún otro modo. La forma institucional de asociación se extingue, tanto entre judíos como entre no judíos. Es un proceso irreversible, que tiene, verbigracia, su reverso: el mayoritario desinterés de los judíos por sus instituciones.
Hagámonos cargo de esta realidad. Declaremos nuestra soberana indiferencia hacia la trifulca institucional. Declaremos que nuestra indiferencia es soberanamente judía. Si queremos ser judíos, busquemos otros modos de vida judíos y construyamos otros lugares donde desplegarlos. Los buscaremos y los construiremos colectivamente. Moribunda la asociación en instituciones, necesitamos nuevas formas de agruparnos. Probablemente lo hagamos con gente no judía. Las asambleas barriales de 2002 y las fábricas recuperadas de hoy vienen ejerciendo una suerte de comunidad mucho más vital y vivificante que las instituciones judías remanentes (las parejas mixtas no se quedan atrás en lo que a generar vida respecta). “Estamos orgullosos de nuestro judaísmo y de ser parte de los movimientos populares nacionales”, decía una de las declaraciones recientes.
Los judíos truchos practicaremos nuestra cualidad judía en comunidad pero fuera del gueto de las instituciones judías. ¡Oh, juremos genuinamente truchar!

2 comentarios:

Silvia Haskler dijo...

Pablo y sus ideas sobre los judíos sueltos, en el sentido de no institucionalizados, me permitieron por primera vez sentir que pertenecía a una categoría de judíos. Una categoría que se definía por aquello que no era, pero categoría al fin. Dejé de estar sola y a partir de ese momento, maravillosamente me di cuenta que los sueltos somos muchos... Y que saberlo nos produce alivio, "calma" como dijo un querido amigo de mi hija.



Ahora, me pregunto si definirnos como truchos no legitima a quienes nos excluyen...


Un abrazo y Jag Sameaj

Silvia Haskler

Pablo Hupert dijo...

Tal vez debamos buscar un nombre mejor, Silvia, no sé. Lo importante es lo primero que decís: que dejemos de sentirnos en "orsái" (off-side).
En ese camino, creo que lo central es:
a) convertir "trucho" en una categoría positiva (vale decir, una forma "genuina" de ser judío)
b) que nuestra positividad no dependa de la aprobación de otros judíos, esto es, que no los tomemos a ellos como los autorizadores-reprobadores. Una de las tradiciones judías más importantes es que cada comunidad judía define sus propias reglas. Podemos practicarla.

Abrazos
Pablo Hupert